¿Un robot podría hacer mi trabajo?

Opinión | María Isabel Vial

Es tan fácil como poner tu ocupación en el sitio willrobotstakemyjob.com y, en un par de segundos, esta pregunta inquietante y presente en el imaginario de los trabajadores, de las empresas y el Gobierno, puede ser respondida de manera más o menos precisa por un algoritmo.

A nivel país, ese “índice de futuro desempleo” tiene un enorme impacto. El 61% de los trabajadores tiene una alta posibilidad de ser reemplazado por la automatización. Peor aún, un 24% de los empleos más rutinarios y precarios serán sustituidos con certeza por tecnología que realice sus funciones más eficientemente. La automatización no sólo golpea a aquellas ocupaciones rutinarias, sino también a los trabajadores con menos habilidades y de menores ingresos. Chile es el quinto país menos productivo de la OCDE y más del 40% de su población tiene deficiencias en habilidades básicas.

Más allá del miedo natural que genera la incertidumbre inherente al cambio, este escenario puede convertirse en una nueva oportunidad de crecimiento y de mayor plenitud como sociedad. Este momento puede ser visto como un punto de partida para el real desarrollo de oportunidades para todos, el aumento de la empleabilidad y la formación de las personas, lo que se traducirá en el consecuente aumento de la productividad y aseguramiento de la empleabilidad. La clave está en saber elevar y capitalizar la “inteligencia general” exclusiva de los seres humanos, y combinarla con la “inteligencia específica” de las máquinas. Esta combinación virtuosa permitirá sacar todo el provecho posible a la llamada inteligencia colectiva.

Pero ¿cómo aumentamos las habilidades básicas de los trabajadores para que pueden moverse hacia actividades menos rutinarias y más cognitivas? ¿cómo capacitamos en machine learning, en programación, en inteligencia artificial? ¿cómo potenciamos al 52% de los adultos que cuentan con bajas o nulas habilidades informáticas? ¿cómo aprovechamos la sabiduría y experiencia de los mayores?

No hay respuesta. Pero esa incerteza no debe llevar a la inmovilización. Al contrario, tiene que motivar una reacción urgente en materia de formación. El proyecto de modernización de SENCE apunta en la dirección correcta, porque busca mejorar la empleabilidad de los trabajadores, la calidad de la capacitación, y el futuro del talento digital, además de alinear los incentivos de los participantes de la industria de la capacitación. Pero una cosa es capacitar y otra muy distinta, formar. El mundo laboral no solo necesita tener más “trabajadores certificados” en alguna especialidad. Debe ser capaz –primero- de apuntar tanto a ejecutivos como a trabajadores y –a través de una enseñanza más integral- incorporar habilidades blandas y nuevas competencias, como curiosidad, pensamiento crítico, capacidad de resolución de conflictos, formación valórica y empatía.

Si alineamos esfuerzos desde la academia, las empresas, el Estado, las comunidades y la sociedad civil, es posible aproximarse a un desarrollo sostenible del trabajo. Es hora de que la formación sea primera prioridad. Un país es responsable de mirar el mundo laboral tanto con microscopio como con catalejo.

Vía El Mercurio

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